El liberalismo teológico es un problema, pero, histórica y técnicamente hablando, este se debilitó mucho y dejó solo herederos y ecos. Mucho de lo que hoy llamamos “liberalismo” no tiene ninguna relación con ese movimiento histórico. Debemos nombrar correctamente a las cosas para no gastar demasiada energía combatiendo molinos de viento.
Hoy, existen peligros más sutiles y presentes. Uno de ellos es el existencialismo cristiano, que, al contrario del liberalismo, no presenta problemas tan obvios. En realidad, esta corriente de pensamiento contiene mucho de lo que la Biblia de hecho enseña, pero propone desvíos amenos e imperceptibles, y ese es uno de los peligros.
La mezcla de verdad y error
En el existencialismo cristiano, las doctrinas cristianas no tienen tanto valor, a menos que sean una experiencia vivenciada. A pesar de parecer correcta, esa idea, cuando se desarrolla de acuerdo a la moda existencialista, termina oponiendo doctrina y experiencia, creencias y acciones.
De hecho, el ser humano no es solo un cerebro ambulante, y la experiencia sí es importante. En este punto, la crítica existencialista al intelectualismo es correcta: la vida cristiana no es un mero conjunto de doctrinas, el evangelio no es una filosofía racionalista, y Dios no es una abstracción.
Sin embargo, en lugar de proponer dilemas del tipo “o esto o aquello”, la Biblia enseña que la verdad tiene que envolver al ser humano completamente, sin exigir que el cristiano elija entre saber las doctrinas o vivirlas. Ese es un falso dilema que el existencialismo propone con frecuencia.
Las creencias doctrinarias pueden convertirse en solo declaraciones frías y fingidas, pero nadie necesita del existencialismo para prevenir o corregir eso: esas lecciones ya se encuentran en la Biblia, que une las creencias y la experiencia existencial regenerada, sin despreciar las doctrinas.
A pesar de estimular la preocupación por la vida cristiana práctica, los existencialistas terminan minando la validez y la importancia de las doctrinas cristianas. Siempre que un cristiano discursa contra la existencia de verdades cristianas objetivas, posiblemente, allí esté el efecto del existencialismo. Aunque no llegue a negar la existencia de verdades objetivas, el existencialista tiende a enfatizar solo los sentimientos subjetivos y la experiencia.
¿Cada uno tiene su verdad?
El existencialismo favorece la idea de que “cada uno tiene su verdad”, y que no hay una verdad universal para todos los hombres. Uno de los padres del existencialismo cristiano, Kierkegaard, escribió que “la verdad es subjetiva”, una “incertidumbre objetiva” interiorizada. Así, la verdad viene de dentro del ser humano, y es él quien decide lo que es existencialmente verdadero. Sin la verdad dada objetivamente en la Biblia, lo que queda es el relativismo absoluto, y la verdad de una persona no es norma para otra. Definitivamente, los existencialistas no quieren estar limitados por el carácter normativo de las Escrituras (muchos describen a la Biblia como solo “un libro”, y no como la Palabra de Dios).
El hecho es que, desde la perspectiva bíblica, la verdad no depende de la opinión o de la experiencia del ser humano para ser verdad. La verdad divina ni siquiera depende de la existencia humana (pues seguiría siendo verdad si esta Tierra estuviera vacía). Dios no dejó al pecador en la oscuridad, buscando la verdad dentro de sí mismo y en su propia experiencia. Él se revela y se comunica, y la Biblia, a pesar de contener experiencias existenciales de profetas y apóstoles, es la Palabra de Dios escrita. En ella, Dios habla sobre quién es él, qué hace, qué debemos creer y cómo debemos vivir. El existencialismo puede destruir la fe en esa verdad objetiva.
La influencia del existencialismo cristiano
Muchas teologías contextuales (por ejemplo, la teología queer, negra y feminista) que colocan la experiencia al frente de la Biblia, o contra ella, presentan efectos del existencialismo. La Biblia no autoriza al ser humano a vivir por lo que le parece correcto a sus propios ojos, de acuerdo con su propia experiencia. Reducir la fe a un ejercicio intelectual es un error. Pero también es un error describir la fe como una experiencia desconectada de la revelación divina escrita.
Algunos alegan que Jesús es la Palabra, y no la Biblia. Y que bastaría una relación con Jesús para vivir la verdad, sin el “Libro”. Pero la relación entre Jesús y las Escrituras muestra que Dios habló tanto por el Hijo como por la Escritura. Además, hoy, es por el registro escrito que tenemos acceso a lo que Jesús dijo. Separar a Jesús y a la Biblia, o colocarlos como opuestos, es otro falso dilema existencialista.
Por lo tanto, en sus énfasis desequilibrados, el existencialismo puede traer preocupaciones. Es innegable la cercanía entre la enseñanza bíblica y el existencialismo. Pero es un error sutil no discernir los límites entre ellos.
Después de la resurrección, Jesús recorrió las Escrituras para explicar su identidad y misión a los discípulos (Lucas 24). En su experiencia humana, Jesús vivió en armonía con el texto sagrado e incentivó a sus seguidores a hacer lo mismo: la experiencia cristiana debe ser una vida obediente a lo que es objetivamente revelado por Dios.
La exaltación de la duda, la glamurización de la incertidumbre, también son herencias del existencialismo cristiano. En algunos círculos más sofisticados, la convicción es vista como arrogancia o inmadurez espiritual, a pesar de que el Nuevo Testamento enseña la fe, la certeza y la convicción. Sobre eso hablaremos en el próximo artículo.